se puso su sombrero
de nubes grises
y estaba desaparecida.
La montaña triste
no paraba de llorar.
Y así pasó una tarde
y una semana pasó.
Los pequeños pájaros
tan húmedos estaban
que ni siquiera podían volar.
Las madres en sus nidos
bajo sus alas los cobijaban
y sus bocas amarillas
no paraban de piar.
El sol, al alzarse el alba.
robó a la montaña su sombrero
y así dejó ella de llorar.
Volaron las madres
a buscar larvas ente la hierba
que brillaba tras la lluvia
y lo pajarillos volvieron a cantar.