Los
pájaros son increíbles.
Tienen
el don de la esperanza,
Os
cuento algunas cosas por mi vistas.
En
particular una escena quedó en mis recuerdos
en un
recoveco de esos de la memoria.
Era
como una fotografía en blanco y negro,
pero
a veces también en color.
Las
imágenes no son pasadas ni presentes.
Quedan
como suspendidas en el infinito
porque
nuestra vida es
una
suma de infinitos.
Recuerdo,
veo todavía ahora, un señor.
Un
señor alto. Reservado.
Que
cojeaba levemente y
andaba
con un bastón,
Llevaba
siempre bajo el brazo un perrito
negro,
viejo, pequeño, cojo.
Dos
galletas en el bolsillo y
una
bolsa de migas de pan.
Hacía
siempre igual
con
nieve, lluvia o sol.
Se
paraba delante de una casa,
le
daba dos galletas a un perro grande,
blanco,
lustroso, amigo,
que a
esa hora siempre le esperaba.
Y eso
cada día
con
nieve, lluvia o sol.
Llegado
al parque dejaba en el suelo
al
perro pequeño, viejo, negro y cojo
que
lucía su “sonrisa de perro”
como
pocos canes saben hacer.
El
señor alto y callado depositaba las migajas
mirándose
en torno y escuchando
un
alborozado aleteo, un piar jocoso,
toda
una paleta de marrones vibrantes
en
torno a su persona.
Y ahí
comían gorriones, petirrojos
mirlos,
urracas y hasta un par de tórtolas
mientras
el perro pequeño, negro y cojo
olisqueaba
en torno a los árboles.
Hasta
que un día no vino más
el
señor alto, callado, de pelo blanco.
Y
todos los pájaros esperaban en fila
mirando
a la misma esquina,
pero
esperaban en vano.
El
perrito pequeño, negro y cojo
ya no
existía más.
Pasaron
muchos días del largo invierno
y
mojados bajo la lluvia
los
pájaros no dejaban de esperar.
Hasta
que un día el señor alto, callado, de pelo blanco
volvió
con un cachorro blanco
que
no dejaba de corretear,
y así
la historia pudo recomenzar.
Los
pájaros tienen el don de la Esperanza.
A
ellos la vida no suele defraudar.
Ojalá
los humanos fueran igual.
“EL
Diccionario Íntimo de Alicia”
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